lunes, 26 de abril de 2010

Pobreza, desigualdad y desarrollo en el Perú

Por Renatto Merino Solari

Antropólogo

En los años ochenta, durante el primer gobierno de García, los niveles de pobreza alcanzaban al 60% de la población. El terrorismo, la inflación, el narcotráfico y la pobreza se expandían incontenibles poniendo al país al borde del abismo. El Perú se encontraba en tránsito del tercer mundo al cuarto mundo en un franco proceso de “africanización”. Con las reformas neoliberales aplicadas en la década de los 90, que inicialmente generaron más pobreza, la tendencia fue revertida. Hacia el año 2001 la pobreza total bordeaba el 55% (ENAHO 2001) y la población en extrema pobreza representaba el 24, 4% de la población (ENAHO 2001). Cifras nada halagüeñas, sin embargo para el año 2006 nos encontrábamos en 44, 5% y al año siguiente, 2007, la pobreza reducía al 39,3% para reducirse al 36, 2% en el 2008 (INEI tomado de El Comercio virtual).

Al margen de las cifras que parecen ser halagüeñas y por el bien del país y miles o millones de conciudadanos esperemos que estén evidenciando una tendencia de cambio, ¿cómo explicar esto?; ¿es posible que en poco menos de un par de décadas el Perú pudiese salir del abismo? Queremos plantear el tema a partir del concepto de pobreza, cómo se la concibe, qué se entienda por ella.

El concepto de pobreza ha ido evolucionando en su concepción. Se trata de un concepto situado históricamente y, en gran medida, coyuntural. Debemos tomar en cuenta que en muchas sociedades la pobreza no ha estado asociada a la propiedad privada ni a la acumulación de riquezas. Los antropólogos han demostrado que en muchos pueblos ha sido más importante dar y desprenderse de los bienes que acumular. En este sentido, la noción de pobreza debe ser entendida como una construcción social producto de la correlación de fuerzas y de los intereses en juego; por tanto, es necesario entenderla como un concepto relativo. En las ciencias sociales se pueden encontrar diferentes definiciones que en muchas ocasiones se encuentran superpuestas. Una de las formas de definirla ha sido asociándola a las condiciones materiales de las cuales dispone una persona o grupo social, es decir, la pobreza entendida como carencia de bienes o de recursos para acceder a dichos bienes. Otro ha sido el enfoque que podríamos denominar economicista, basado en el nivel de ingresos y bienes que son necesarios para poder vivir en condiciones mínimamente aceptables. Este parece ser el criterio más difundido a pesar de que sus limitaciones son obvias y podría generarnos un espejismo acerca de la realidad. Por ello es necesario complementar el concepto de pobreza incorporando otros aspectos que permitan una visión más amplia de la realidad como por ejemplo acceso a la educación, a la salud, a servicios sanitarios, etcétera.

El análisis del problema parecer ser muy complejo, al menos en un país como el Perú. La diversidad de nuestra sociedad vuelve arbitraria la posibilidad de unificar criterios de medición o simplificaciones como la dicotomía campo – ciudad. Además, ser pobre implica ser vulnerable y estar expuesto a riesgos; esta situación de precariedad limita grandemente no solo el acceso a recursos materiales sino también el ejercicio de la ciudadanía, la posibilidad de ejercer sus derechos y con ello pierden la posibilidad de ser considerados sujetos sociales en el amplio sentido del término. De igual manera, la pobreza se nos presenta como un problema ético, pues las condiciones de vida de muchas personas son tan precarias que resultan moralmente inaceptables para el resto de la sociedad de quienes demanda decisiones y acciones tanto públicas como surgidas de la sociedad civil.

Los datos son importantes pero solo constituyen una de las posibles formas de acercarse a un fenómeno. La realidad siempre es más compleja que los datos.